El fantástico planeta del dinero y la bolsa – André Kostolany Desde Aristóteles a Juan Pablo II pasando por Marx, los pensadores han venido repitiendo, siempre y en toda circunstancia y de modo apasionado, esta pregunta: ¿Está éticamente justificada la ambición y la posesión del dinero? Es imposible un juicio objetivo. Todo depende de la situación filosófica de cada uno de ellos. Una cosa sí es segura: el placer de hacer dinero y la tendencia a tener todavía más probablemente no sean siempre y en todo momento completamente morales, mas sí resultan de todo punto precisas para el progreso económico. La experiencia de la pasada década de los sesenta lo ha probado de esta forma de sobra, De todas formas, el placer de «ganar dinero» no es idéntico al placer de «poseer dinero». Las motivaciones son bien diferentes. Resulta totalmente natural que el hombre desee tener dinero. El dinero ayuda a lograr independencia y comodidad, ofrece pequeñas alegrías y satisfacciones y, frecuentemente, sirve para sostener una buena salud. Para la mayor parte de los humanos, que no tienen dinero, el ganarlo es una necesidad rutinaria. Para otros significa un placer, y no por el dinero en sí sino más bien pues se trata de una «ganancia» en el genuino sentido de la palabra, Solo el idioma alemán llama al hacer dinero verdienen, que podría traducirse como «merecerlo», «conseguirlo con el propio esfuerzo». Los franceses (y los españoles) lo «ganan», los Ingleses lo «cosechan» (earn), los norteamericanos lo «hacen» (make money) y los pobres húngaros lo «buscan». El hacer dinero mereciéndolo —verdienen— puede aun transformarse en un placer cuando se recibe a cambio de una actividad que se efectúa con agrado y divierte. El especulador de Bolsa vive prácticamente una genuina embriaguez cuando el dinero se gana con ideas que han probado ser válidas contra la opinión del resto. La satisfacción de haber ganado con justicia es para el jugador de Bolsa una alegría todavía mayor que el dinero en sí. Son muchos los que ven un placer en gastar alegremente el dinero y, en consecuencia, se ven sometidos a la necesidad de ganar poco a poco más. Al contrario, el jugador de ruleta goza ganando; mas su segundo placer es perder, puesto que su satisfacción se encuentra en la excitación inquieta y no en el dinero. Esta es la razón por la que los millonarios dan el mayor número de apasionados jugadores de azar, sin que importe la cantidad que exponen. Su placer se encuentra en el reto a la fortuna. Yo conozco a una persona que nada en dinero y, no obstante, se cuela en el autobús sin abonar. Lo que le importa no es la cantidad ahorrada, sino le cautiva el peligro, el hecho de ir sin billete y librarse de la multa. De forma extraña, los jugadores a los que les sonríe la fortuna son, por norma general, los” más atractivos «nuevos ricos» y los más mentirosos y exagerados. Se vanaglorian de sus ganancias y se callan sus pérdidas. Tras un golpe de suerte se pavonean con aire triunfante tal y como si fuesen los mayores genios. Los intelectuales y los artistas, al lado de el beneficio práctica de conseguir dinero, hallan satisfacción en ello por el hecho de que el dinero significa la confirmación oficial de su éxito. Hay pintores, escritores y músicos que nacieron ricos. Para ellos su gran placer es, por ende, pintar, redactar o bien componer y, además de esto, cobrar por esta razón sus buenos honorarios, Un viejo amigo mío adquiere, mediante mediadores, los cuadros que pinta su mujer a fin de que esta tenga la satisfacción de hacer dinero con su arte. Aun la mujer más rica y más preciosa va a cobrar con gusto por posar como modelo de publicidad. Estos ingresos son la mejor prueba de que es verdaderamente una mujer preciosa y deseable