El Gran Libro de las Orquídeas – Magali MartijaOchoa Cuando, al caer la tarde en el mes de junio, la mirada de mi abuela se alumbraba con un brillo singular al contemplar la llanura, comprendía que había llegado el instante. Ella asía el bastón con decidido rostro y, ascendiendo con menor complejidad de lo frecuente la cuesta del Pico, repetía al que deseaba escucharla que tal vez ese año se vería alguna abejera (Ophrys apifera). Tampoco existía mejor instante para ella, cuando, encorvada sobre el yermo del campo de cultivo, apenas a ciertos metros de los últimos trigales, descubría a pocos centímetros del suelo una orquídea silvestre… Meditabunda, contemplaba la flor con emoción: «Mira lo enigmática que es la naturaleza. Entonces, debíamos descender deprisa y retornar con la cámara de fotografías para inmortalizar el milagro de la naturaleza. Ciertos veranos, la maleza continuaba desesperadamente despoblada de esta flor tan incierta… Entonces retornábamos pensado ya en el primer mes del verano del año siguiente. Cuando sus ojos perdieron la nitidez de las cosas, me transformé en testigo ocular de la llegada de las orquídeas: mi abuela me aguardaba en la entrada del campo y me sumergía en el yermo lleno de maleza para poder ver si ese año una orquídea silvestre o bien 2 nos honraban con su presencia. Ese campo, que únicamente le interesaba a ella, se transformó por su decreto en una «reserva de orquídeas silvestres y debí prometerle a mi abuela que, tras su muerte, conservaría esa herencia vegetal. Esta lozanía espiritual me persuadió de la sabiduría de la que hacía gala y, unos años después, por la casualidad del destino o bien del sitio de veraneo, me sorprendió el extraño placer, si bien compartido, sin embargo, con muchos apasionados, de la espera de ver florecer las orquídeas silvestres. Desde acá se lo agradezco