Jesus, Epifania Del Amor Del Padre. Teologia

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Jesús, Epifanía del amor del Padre. Teología de la Revelación – Octavio Ruiz Arenas Uno de los rasgos propios de nuestra fe cristiana en Latinoamérica es el amor y la contemplación del Cristo dolien­te que, portando la cruz en el camino del martirio, cae estresado por el peso del tronco y por la fatiga y el dolor de una larga jor­nada trascurrida en la mitad de la traición, de los vituperios y de un juicio injusto que lo condena a la muerte. El dolor del Salvador lleva a querer lo más íntimo y profundo del amor de Dios que para liberarnos del pecado y restablecernos la gracia per­dida no se echó atrás frente al sacrificio de su Hijo. Los múlti­ples santuarios que están dedicados a la devoción del Señor en su pasión y crucifixión forman una expresión de la fe sen­cilla de un pueblo que ve en Jesús la manifestación del Dios soli­dario, del Dios cariñoso y misericordioso que está siempre y en todo momento dis­puesto a conceder su perdón, a percibir al pecador con su amor de Padre y a manifestar su predilección por los pobres y los dé­biles de este planeta. Ya desde los albores de la evangelización de nuestro continen­te esta imagen de Jesús ha ido pasando de una generación a otra, como un medio de introducir la figura del Salvador, del Hijo de Dios, que está siempre y en todo momento presente, en la mitad del dolor y de la fatiga, de la injusticia y de la miseria, para dar sentido y esperanza a la totalidad de la existencia y animar los esfuer­zos de una genuina y también integral liberación. De hecho, liberados del pecado, raíz y fuente de todo mal, por el sacrificio del Se­ñor, estamos llamados a trasparentar en nuestra vida la dignidad de hijos de Dios y a buscar las condiciones a fin de que todos, como hermanos, podamos cumplir la labor de nuestra gran vocación humana. Sin embargo las raíces profundas de la primera predicación del Evangelio en Latinoamérica, nuestro continente está su­friendo asimismo un proceso de secularización que, así como su situación extendida de pobreza y de miseria, demanda de los pas­tores y de los agentes de evangelización una predicación viva y perenne del Evangelio, un testimonio valiente y comprometido de la Palabra de Vida, a fin de que la Iglesia sea siempre y en toda circunstancia presencia y signo creíbles de la Salvación que el Señor nos ha venido a traer. La predicación y el testimonio de la Iglesia deben hacer presente al Dios próximo y amigo, al Dios que es Padre y herma­no, al Dios que es Vida y Verdad, al Dios que en Jesucristo se ha revelado como amor y clemencia. Mas a fin de que el anuncio y la praxis de la Iglesia sean signo y presencia del Señor deben estar fundados firmemente en Jesús de Nazaret que, con su nacimiento, con sus palabras y obras, signos y milagros, so­bre todo con su muerte y gloriosa resurrección y con el envío del Espíritu Beato, es la epifanía, la manifestación plena del amor del Padre. Esta es la verdad que debemos transmitir: Jesús es el Hijo de Dios, la manifestación del propósito cariñoso de Salvación, la Palabra viva del Padre, el hermano de todos y cada uno de los hombres que ha venido a dar luz y sentido a la existencia hu­mana, a disculpar y liberar al hombre y a comunicar su Espí­ritu a fin de que, viviendo la realidad de hijos de Dios, podamos ya a partir de ahora participar de su vida divina. El objeto de las siguienteses exactamente asistir a meditar sobre esa realidad primera y esencial de nuestra fe: Dios se ha manifestado en Jesucristo y en El descubrimos quién es Dios, cuál su propósito de amor y cuál es la grandiosidad de nuestra dignidad. Desde ese evento epifánico la fe se transforma no en la aceptación ciega y también irracional de una verdad, sino más bien en la opción vital y consciente, en la contestación y la entrega personal, en la Iglesia, a Aquel que siendo Dios ha querido compartir nuestra existencia humana. Sobre este misterio descansa toda reflexión teológica y la acción pasto­ral de la comunidad eclesial. Lenguaje: De España

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