Los ensanches menores en la zona de Barna II El ensanche ha sido a lo largo de un largo período, que se empezó a mediados del siglo XIX, el modo perfecto de desarrollo más usual, en las urbes de Europa y de las áreas sometidas a su repercusión cultural. Refiriéndonos primeramente a la administración así de desarrollo por la incidencia que tiene en cualquier proceso urbano, apreciemos su doble carácter unitario/fraccionario, que cualifica las diferentes etapas de su proceso. Unitaria es la capacitación del plano a través del proyecto de ensanche, que implica una actuación pública inicial definiendo y también impo­niendo una ordenación, y fraccionarias son las actuaciones privadas que ajustándose a esta ordenación van a ir progresivamente materializando el ensanche. Aunque hay muchos precedentes históricos de construcción de la urbe desde una ordenación inicial concretada en un plano, una de las aportaciones del ensanche decimonó­nico consiste en la finalidad de este plano, como instrumento que deja una coordina­ción espacial de las actuaciones privadas y con esto una homogeneización de ocasiones para los poseedores de suelo con esperanzas urbanas Esta dimensión nueva del plano de ordenación es un hecho coherente con el cambio cualitativo que representa la capacitación de la urbe moderna, con respecto a las situaciones precedentes (1). El proceso de concentración urbana ligado en general al desarrollo indus­trial hace que las urbes aumenten su población a un ritmo superior al que lo han venido haciendo. El desarrollo físico de la urbe no puede continuar produciéndose por yuxtaposición de edificios en las prolongaciones de la trama existente, conforme el modelo gótico o bien suburbano. El valor cuantitativo de la ocupación de suelo que puede hacerse progresivamente precisa, requiere una ordenación que eludiendo las contradicciones físicas del desarrollo, favorezca la obtención de un máximo desempeño del suelo que se incor­pora a la urbe sin hipotecar las esperanzas de las áreas más distanciadas Recordemos, por otro lado, el cambio en la jurisdicción y derechos dominicales del suelo que se han derivado de la difusión del liberalismo y que han creado las condiciones de cara al desarrollo de un mercado del suelo. La eliminación de mayorazgos y señoríos, y la venta de los recursos eclesiásticos y comunales que se hicieron en este país, a través de las consecutivas desamortizaciones, redujo a un solo término de propiedad del suelo, los dife­rentes modos de dominio heredados de la organización social precedente. La idea liberal de propiedad del suelo que forma un derecho básico de su ordenación jurídica, implica la consideración de este bien como una mercadería que adquiere su valor de cambio conforme las leyes de la oferta y demanda. Una consecuencia de este statu quo es el cambio de manos de elevado número de propiedades con lo que la nueva clase dirigente se hace con el control de este elemento esencial para el desarrollo urbano, por el que está, por otro lado, interesada. La liberación de la actividad edificante y con ella la aparición de las primeras casas de inquilinato o bien de renta había sido ya una aportación reciente de los “ilustrados”, en su actitud racionalizadora que contribuyó enormemente a preparar el camino al liberalismo. Los proyectos de ensanche son, puesto que, fruto de esta nueva situación. El proceso de desarrollo urbano había alterado cuantitativamente. Los contingentes migratorios en pos de empleo industrial aumentaba la población urbana a ritmos hasta ese momento ignotos y en la urbe radicaban numerosas personas con capacidad económica y jurídica para intervenir en el desarrollo, del que podían conseguirse suculentos beneficios