Pitágoras y el pensamiento presocrático – Víctor Gómez Pin De la legendaria figura de Pitágoras diríase que fue un enorme matemático al que se atribuyen valientes hipótesis en astronomía o bien en música. Mas, además de esto, Pitágoras habría sido, conforme Cicerón, el primero en haber utilizado el título de pensador, aplicándolo exactamente a sí mismo. Mas ¿qué es lo que significa esto?, ¿qué agrega al científico Pitágoras la condición de pensador? Para hallar una contestación nos remontamos a las refulgentes urbes marinas de Jonia (Mileto, Samos, Efeso), 5 siglos ya antes de nuestra era y, al hacerlo, viajamos hasta la niñez de la filosofía, una niñez agraciada, en la que el estupor frente a lo que sucede produce interrogaciones, absolutamente actuales en la actualidad. Puesto que, en contraste al trascurso ordinario de la vida, en la que los años infantiles semejan quedar claramente atrás, toda vez que la filosofía alcanza una nueva etapa, esta se revela como un retorno enriquecido a su instante de arranque. Comenzaré evocando un relato, seguramente conocido por el lector. Cuenta Cicerón en sus Disputaciones Tusculanas que, llegado Pitágo ras a la urbe de Fliunte en la Argólida, zona del Peloponeso, tuvo ocasión de dialogar sobre distintas cuestiones con el gobernante local Leonte, o bien León, conforme las traducciones, quien, atónito frente al saber de su interlocutor, vino a preguntarle de forma indirecta cuál era su oficio. El viajante habría contestado que no era especialista en nada particular, sino era «filósofo». Según parece el término pensador era ignoto para el interlocutor de Pitágoras, con lo que este le ilustró con una alegoría. En las olimpiadas, o bien sencillamente en las animadas ferias de las urbes griegas, hay personas que consiguen provecho comprando o bien vendiendo mercancías, otros exponen su habilidad anatómico, ponién­dola a prueba en competiciones, y por último unos terceros, a los que el relator atribuye el comportamiento más digno de consideración, no procuran provecho compitiendo o bien negociando, sino meramente observan a los unos y a los otros, atentos a lo que pasa y de qué manera sucede. Puesto que bien, habría concluido el viajante, de la misma manera que en la feria, asimismo en la vida es un comportamiento más digno de elogio el ser observador desinteresado del trascurrir de las cosas, que el tener una actividad o bien oficio determinado por intereses prácticos. Cicerón pone por su parte la anécdota en boca de una autoridad, el pensador Heráclites Póntico que habría frecuentado a Aristóteles mas asimismo al herede­ro de Platón en la Academia, Espeusipo. Lenguaje: De España