

Una sofocante semana a fines de agosto del año setenta y nueve d
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Una sofocante semana a fines de agosto del año setenta y nueve d.C. ¿Qué mejor sitio para pasar los últimos días del verano que la bahía de Nápoles? Durante toda la costa, los ciudadanos más ricos del imperio se relajan en sus suntuosas villas, la flota más poderosa del planeta descansa pacíficamente fondeada en Miseno y los visitantes gastan su dinero en las localidades de Herculano y Pompeya. Solo un hombre semeja preocupado. El ingeniero Marco Atilio Primo termina de hacerse cargo del Aqua Augusta, el gran acueducto que provee agua bebible al cuarto de millón de habitantes de las 9 urbes de la bahía de Nápoles, y por vez primera desde hace generaciones, los manantiales se secan. Su precursor ha desaparecido y hay un inconveniente en algún punto de los noventa quilómetros de la conducción rincipal, al norte de Pompeya. Justamente en las faldas del Vesubio. Atilio #responsable, respetable, práctico, incorruptible# asegura a Plinio, comandante de la flota imperial y renombrado erudito, que puede arreglar el acueducto antes que los depósitos de reserva se queden sin agua. Mas mientras que se dirige cara el Vesubio, se dispone a descubrir que hay fuerzas que ni el imperio más grande del planeta puede supervisar..