Rascacielos J. G. Ballard

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Rascacielos J
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Rascacielos J. G. BallardEn Rascacielos, J. G. Ballard va a tomar la construcción como metáfora para reflejar la subdivisión en clases de la sociedad y las consecuencias horribles derivadas de ella.En mil ochocientos treinta y nueve Edgar Allan Poe publicaba uno de los cuentos de terror más esenciales de su producción literaria, La caída de la Casa Usher (Coalición Editorial, mil novecientos noventa y nueve). Más de ciento treinta años después, en mil novecientos setenta y cinco, James Graham Ballard, autor de piezas maestras de cienciaficción como Crash o bien El imperio del Sol, publicaba High Rise (en la edición española: Rascacielos, Minotauro, dos mil tres). Quizá os vais a estar preguntando qué deben ver uno con otro, puesto que supuestamente semejan muy distantes. No obstante, en las dos –relato y novela destaca que las edificaciones juegan un papel esencial. En el cuento de Poe, el protagonista es un joven caballero de identidad ignota que se dirige a un viejo caserón para visitar a un amigo de la niñez, Roderick Usher, un artista que vive en un estado de incesante enfermedad con la sola compañía de su hermana, asimismo enferma. La atmosfera que invade todo la construcción es siniestra y en escaso tiempo se desarrollan horribles acontecimientos:«Quizá el ojo de un observador meticuloso hubiese podido descubrir una grieta apenas observable que, extendiéndose desde el tejado del edificio, en el frente, se abría camino pared abajo, en zigzag, hasta perderse en las sombrías aguas del estanque.»La grieta que atraviesa la construcción es como una cicatriz, una enfermedad insanable que afecta uno a uno a los habitantes de la casa. Esta grieta es la prueba tangible de que hay una correspondencia entre el espacio habitado y el habitante, el uno repercusión al otro hasta la “caída final”.Ballard, por otra parte, ambienta la narración en un muy elegante rascacielos de gran lujo recién construido en una zona residencial de la periferia de Londres: tiene dos mil habitantes, cuarenta plantas, 2 piscinas, un súper, un banco, instalaciones deportivas, no se priva de nada. Anthony Royal, autor del proyecto y asimismo primer inquilino del edificio, pensó en todo menos en el tiempo de enfurecida insensatez que provocaría la criatura que iba edificando. Poquito a poco, los inquilinos comienzan a percibir el intrínseco y también invisible poder del edificio: el rascacielos semeja tener una segunda vida. Con gran argucia y habilidad, Ballard deja rastros de la “humanidad” o bien “inhumanidad” de la construcción durante la narración, haciéndolos pasar prácticamente desapercibos.Las cuarenta plantas del edificio se semeja a 2 poderosas piernas de hormigón; los elevadores que van arriba y abajo son como pistones en la cavidad del corazón; los inquilinos que se mueven en los corredores son las células de un sistema de arterias y las luces de sus pisos, las neuronas de un cerebro. Metáforas, sí… mas con una cierta dosis de siniestra verdad. En ningún instante la edificación de Anthony Royal adquiere verdaderamente vida propia, como semeja tener el Overlook de El brillo, no obstante su “alma rebelde y primitiva” semeja contagiar a todos y cada uno de los inquilinos, o bien, por decirlo de otra manera, semeja liberar sus instintos más reprimidos.Rascacielos empieza en medias res: vemos a uno de los inquilinos del edificio, Robert Laing, sentado en su terraza mientras que come un pedazo de cánido y medita sobre los acontecimientos de los meses recién pasados. La curiosidad del lector se lúcida de inmediato: ¿qué hace un enseñante de medicina de la Universidad comiéndose un can en la terraza de un muy elegante rascacielos de cuarenta plantas apenas construido y dotado de todos y cada uno de los lujos y las comodidades que se puedan imaginar? Desde este primer parágrafo, el lector va a ser catapultado al planeta agobiante, embrollado y hasta salvaje de un edificio puntero. Ballard reconstruye en su interior un microcosmos que refleja de forma perfecta la subdivisión en clases de la sociedad. De esta forma, resulta estar dividido en 3 partes: las plantas de arriba están habitadas por ricos profesionales, las centrales por la media burguesía, y en las inferiores hallamos a los humildes trabajadores. Tal y como si esto todavía no fuese suficiente para guiarnos en su personal metáfora, Ballard transforma a sus 3 protagonistas en símbolos de cada clase social (Anthony Royal, Robert Laing y Richard Wilder). Todo está estudiado en los más mínimos detalles, de forma que el nivel estético, tecnológico y los servicios que se ofrecen a los inquilinos, son de manera directa proporcionales a su nivel en la escala social/planta.“Ferocidad”, “canibalismo”, “primitivismo”, son actitudes que hallamos muy de forma frecuente durante la narración y que, obviamente, chocan con lo que habría de ser el tiempo pacífico y controlado de exponentes de la medioalta burguesía londinense (arquitectos, médicos, enseñantes, actores, etc.). Ballard se concentra en los efectos que la modernidad genera en la mente y en la sociedad. De provocar el fin de la civilización en los habitantes del rascacielos se encarga el apagón temporal de una planta del edificio. La obscuridad, en un caso así por carencia de luz artificial, no deja de ser un símbolo de la pérdida de la razón (como la literatura y la historia nos han probado múltiples veces). A oscuras los individuos se sienten libres de abandonarse a sus instintos más ocultos, más atroces y hasta malvados.Como en El Señor de las moscas de Golding, los personajes de la novela de Ballard vuelven a la edad primitiva: asistimos a una involución que perturba todos y cada uno de los aspectos de lo humano. Primero, la pérdida de la razón: todos sabemos que lo que distingue los humanos de los animales es exactamente el empleo de la razón. Segundo, la pérdida del habla: el individuo es un ser o bien animal social (zoon politikón), circunstancia que implica una comunicación entre sus símiles. Tercero, la pérdida de la propia identidad, del los pies en el suelo y las reglas de la convivencia pacífica. Símbolo de esta involución o bien animalización, que concierne a todos y cada uno de los habitantes del edificio, es Richard Wilder, cronista residente en la segunda planta del rascacielos animado por un deSeo de desquite contra los habitantes de las plantas (o bien clases) superiores. Wilder es el primero en dejarse guiar por sus instintos primitivos; asistimos a una auténtica transformación del hombre en animal: circula desnudo por todo la construcción, olvidándose de lo que es el pudor, elemento típicamente humano; sus ademanes recuerdan los de los animales más que los de los humanos; pierde el empleo del lenguaje y, en su sitio, comienza a gruñir; marca el territorio de exactamente la misma forma que los perros… Ballard no deja nada al azar: ciertamente esta involución ya se adelanta en exactamente el mismo nombre, Wilder, ya que “wild” en inglés significa salvaje, fiero, bestial. Y de igual manera, su oponente, Anthony Royal, lleva en su nombre la “realeza”, símbolo de su elevada situación en la escala social.Toda la novela está dominada por un movimiento ascendiente y descendente: al tiempo que Wilder se prepara a escalar el rascacielos para conquistar su última planta, Royal baja ciertos pisos para buscar aliados en las luchas entre tribus; de exactamente la misma forma que los perros (que viven todos en las inferiores) bajan de planta en planta para buscar comida, al tiempo que los pequeños (de las plantas de abajo) se transforman, así como las mujeres, en los dueños de la terraza del rascacielos. Ballard describe meticulosamente el tiempo de violencia y decadencia del bloque: los servicios como electricidad y luz dejan de funcionar; ya no se halla comida en el supermercado; los corredores, las escaleras y los elevadores se transforman en campos de batalla; la basura se amontona en los pisos y en los entornos comunes; un fragancia de suciedad, putrefacción y muerte invade todo la edificación. Se crea un entorno insalubre y agobiante del que el lector saldría con mucho placer para tomar aliento. No obstante, los inquilinos ya no sienten la necesidad de salir del edificio: su vida comienza y acaba en su interior. Se han construido su jaula olvidándose del exterior tal y como si no existiese y jamás hubiese existido. La única realidad posible resulta ser la de la comunidad vecinal; todo cuanto está fuera pierde interés y sentido. Allá dentro se sienten por último libres, libres de matar, libres de apresar, libres de comer a sus símiles, libres de batallar por sus necesidades, libres de todo cuanto representa la sociedad moderna. Se liberan asimismo los instintos sexuales, ya no hay esposas ni amantes, solo mujeres libres de compromisos. Todos y cada uno de los límites desaparecen, aun entre hermanos. Ballard deja que sus personajes experimenten la libertad, que el rascacielos les ha concedido, totalmente y hasta la muerte.El rascacielos se transforma en un auténtico “zoo vertical” (tal como lo define el creador), donde domina lo irracional y lo primitivo. En determinado sentido es tal y como si se realizase el deSeo de su arquitecto técnico, Anthony Royal, que siempre y en todo momento deseó proyectar un zoo. El primer inquilino del edificio, involuntariamente, habría dado un enorme poder al edificio, el poder de devolver a los hombres a su naturaleza principal. El bloque es como una jaula suspendida entre el cielo y la tierra, es una alegoría sobre los efectos de la inhumanidad de la vida moderna, centrada en un caso así en un edificio de última tecnología, y es asimismo una metrópolis en miniatura donde todo cuanto pasa semeja pronosticar un futuro desastroso para todos las edificaciones de alrededor… o bien tal vez todo esto sea solo un paso obligado cara una forma nueva de “normalidad”.De la producción narrativa de Ballard son ya 2 las novelas que se han llevado a la enorme pantalla: charlamos de Crash y de El imperio del Sol, dirigidas respectivamente por David Cronenberg y Steven Spielberg. Del mismo modo que estas, Rascacielos asimismo ha despertado un cierto interés en el planeta del cine, y próximamente va a llegar va a ser amoldado de la mano de Ben Wheatley con el nombre del original inglés, High Rise. Conque pregunto… ¿va a ser Ben Wheatley capaz de trasladar la novela de Ballard, con todo cuanto esto acarrea, al séptimo arte? Queda para amantes del cine y lectores apasionados la dura sentencia
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