París, mil novecientos cuatro. Un caballero respetable aparece fallecido en su residencia. Las autoridades sospechan de los vecinos del inmueble, que comienzan a sospechar unos de otros en un entorno donde la apariencia pesa más que la virtud y los criados tienen el sueño más ligero que sus amos. Es posible que monsieur Bonancieux escondiese cuentas pendientes, mas ¿quién tuvo motivos para dibujarle una sonrisa sanguinolenta en la garganta? París es una celebración y las luces de la Belle Époque alumbran la vida nocturna de Montmartre y Pigalle, distritos de ética relajada y libre circulación de absenta y opio. Mas es en un boulevard señorial, apartado de callejuelas y cuchitriles, donde aparece el cadáver decapitado de monsieur Bonancieux. No hay pistas, ni móvil aparente, a pesar de que el caballero tenía una pasión secreta: ocultaba un laboratorio de alquimista en su domicilio y vivía dedicado a la busca de la piedra filosofal. La primera incógnita es el paradero del ama de llaves de la víctima, desaparecida sin dejar indicio. Y con respecto a los vecinos, ¿por qué razón hay quien no mienta sus tratos con el finado? ¿Qué oculta la vizcondesa y por qué razón su ahijado, Ulises, se lanza a investigar por su cuenta? ¿Exactamente en qué consistían las prácticas esotéricas de Bonancieux y por qué razón sus cuadernos son tan codiciados? ¿Y qué pinta en todo esto un artista de España con contactos en el inmueble y asimismo entre el lumpen más escogidos de la ciudad de París? En un entramado de falsas apariencias, fórmulas oscuras y deSeos inconfesados cara los recursos extraños, hay 2 cosas seguras: un hombre puede descubrir muchas sorpresas tras fallecido y, seguidamente, absolutamente nadie llega a saber quiénes son realmente sus vecinos