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Medicina Ortomolecular Adolfo Perez Agusti Desde el momento en que en mil novecientos veintiocho Albert Szent Gvordyi, maestro de Química de la Universidad de Budapest, aisló la vitamina C del pimiento verde, y por cuyo descubrimiento (hubo otros), le dieron el premio Nobel de Medicina y Fisiología en mil novecientos treinta y siete, hasta el día de hoy, la relevancia de los nutrientes esenciales en la salud humana ha cobrado creciente interés. Mas asimismo hubo otros estudiosos que aislaron lo que más tarde se llamó como vitaminas, entre ellos Casimiro Funk, quien aseguró a inicios del siglo veinte que si faltaban en la dieta ciertas substancias se generaban determinadas perturbaciones. Estudió el beriberi, una enfermedad hasta ese momento insanable y que afectaba al sistema inquieto, y halló un producto que adicionado a la dieta en cantidades muy pequeñas, evitaba la aparición de la enfermedad. El término vitaminas, puesto que, se lo debemos a él, si bien se confundió al abarcar a todas y cada una en este conjunto, tal vez por el hecho de que pensó que en todos y cada una de ellas había siempre y en todo momento un radical amina, deduciendo que estos elementos eran esenciales para la vida. Después se verificó que pocos de estos compuestos eran aminas, mas se prosiguió usando el nombre por el hecho de que ya su difusión era universal. En nuestros días, hasta los médicos se refieren a las vitaminas como aquellos elementos presentes en los comestibles que han de ser ingeridos con regularidad para preservar la salud, y a veces, la vida. Mas ¿qué ha ocurrido a fin de que estos nutrientes básicos hayan sido apartados de las recetas médicas frecuentes? ¿De qué forma han podido pasar de ser uno de los pilares de la salud, a ser los grandes ignorados por los médicos? Paradójicamente, y si bien prácticamente han desaparecido de las estanterías de las farmacias y apenas si existen recetas concedidas por los médicos, “las vitaminas” están ahora más alcance del público que nunca; hasta los supermercados las ofrecen en atractivos envases y a costes económicos. La razón para esta aparente incoherencia médica es sencilla: si no sirven para prácticamente nada ¿para qué exactamente recetarlas? Y si son inocuas, habrán de estar al lado de los comestibles de empleo rutinario. Por este motivo, a fines de la década de los setenta apenas si había alguien que diese relevancia a estos nutrientes esenciales, y mucho menos a otros afines como los oligoelementos, las enzimas, los aminoácidos o bien los antioxidantes, substancias todas y cada una condenadas al olvido a favor de los poderosos medicamentos con los que aseguran poder sanar cualquier enfermedad. Por suerte la medicina natural ha aprovechado este desinterés “científico”, y nuevos estudiosos no ligados a intereses de los laboratorios expertos en la química, sacan conclusiones esperanzadoras para el tratamiento de numerosas enfermedades a través de lo que se llama como Medicina Ortomolecular